Tuesday, September 22, 2009

Presenta­ción de “Tornasol”


APUNTES PARA OTRO: “Tornasol” de Hugo Quintana

Por Sergio Rodríguez Saavedra


En la historia de los libros, en las bibliotecas que ocupan un lugar en la memoria, está el intento antojadizo de desconcertar la linealidad de las palabras. Algunos, como Borges, eran capaces de rescribir por completo bibliografías total­mente apócrifas, otros como el portugués Fernando Pessoa publicaba con diversos nombres obras que en nada habla­ban de la misma pluma, para disgusto de aquellos críti­cos que suelen homenajear eso que llama­mos “estilo”. El reciente­mente fallecido poeta venezolano Eugenio Montejo, no sólo fue capaz de firmar con otro nombre, Sergio Sandoval, el poema­rio Guitarra del horizonte, sino que además él mismo hizo un prefacio comentando la obra de su inventado autor. En nuestra tierra, el gesto de Juan Luis Martínez de rescribir y final­mente tachar su nombre fue tomado como una forma de adjudicar en el lector la reconstrucción total del simbolismo implícito en La Nueva Novela. Por su parte en 30 poemas del ex — poeta José Ángel Cuevas, éste articula una ética del desencanto al anunciar que el poeta deja de serlo. Creo percibir en estos desplazamientos un acto casi litúrgico de conmoción hacia ese lector cada día más esquivo, un remezón de la cómoda situa­ción en la cual se ha instalado a ser observa­dor de un trabajo, que ya hace años, se constituye desde y para el sujeto que transmite recíproca­mente en nuestra sociedad.

A esta breve historia o para­historia, ya que se constituye ahora, viene a sumarse “Tornasol” de Hugo Quintana, una obra “compuesta” en la más literal de las definiciones. Una obra donde convergen cuatro obras, cuatro estilos y tonos, quizás de un autor que aspira más que a escribir poesía, usar la poesía abierta para hacer precisa­mente el poema social, el que habla por y para todos. Un deambular de nombres propios: Oliverio Girondo, Serguéi Esenin, Pablo Neruda, Octavio Paz, junto a Víctor Jara (sobre todo Víctor Jara) y aquellas menciones a la cercanía de la amistad, ratifican que la apuesta coral, no lo es simple­mente en sentido estético, sino que también está decidida­mente intencionada hacia el hombre como sujeto que viene a completar la obra, ratifica­das en los excelentes poemas que funcionan a manera de prefacio y postfacio.

Desde el ini­cial Multi‐viajes hasta Cróni­cas de la Aldea, pasando por Identidad y Un Destello de Luz Oscura, encontra­mos no sólo un conjunto de poemas si no que un corpus constitutivo de la identidad que tras un siglo forma la poesía chilena actual. Aunque esta intención no sea manifiesta, e indudable­mente, poda­mos acceder a autores de la universalidad, lo cierto es que dada la particular situa­ción de Hugo Quintana, como profesor, editor y poeta, no puede dejar de llamar la atención que más de algún pensamiento sobre nuestra cultura, se deslice en los textos acercando la experiencia a la reflexión.

En Multi‐viajes de Brevis Karpien, asistimos socio­lógica­mente a la constata­ción de la ausencia y la soledad del exilio, que por fuera deja el viaje y por dentro la soledad, carga que miles de personas han llevado de un lado a otro: “Pero hay cadáveres abandona­dos / empuja­dos por los vientos a errar por los cerros / multicolores / en busca de quienes quema­ron sus cuerpos / bajo estas entrañas.” Pero también asistimos al paso de un motivo central de la escritura signada en Chile durante las últimas déca­das. La escritura como huella de la ausencia y el dolor que forjó a nuestra “Genera­ción de los 80”, y en cuyo momento, se provocara un deslizamiento “hacia atrás”, si me permiten la expresión, abarcando a genera­ciones que ya se habían instalado a este lado del tiempo.

Identidad, escrita por ese otro yo llamado Ricardo Fernández, segundo libro del corpus, entra en el acto experimental, donde los espacios, los intertextos, sitúan las categorías del observar y experimentar como parte del proceso lógico que tiene el trabajo con la palabra, donde otra vez nos guiña con un Juan Luis Martínez o un Car­los Cociña, esta poesía tanto de la ciencia como de la conciencia. A mi particular gusto, una de las partes más atractivas de este proyecto de Hugo Quintana, donde la actitud metapoética en el sentido que le diera Enrique Lihn, cobra especial vigor al sensibilizarse con elementos cercanos y no perder su comunidad con el sujeto como ocurre en el texto ini­cial “Declara­ción” o en “Un tipo diferente”. Pensar y sentir, dos ramas del mismo pecho que tiene la escritura.

La tercera parte “Un destello de luz oscura”signada por Antonio Caeiro, homenajea ese ritmo interiorista que posee la poesía del portugués Fernando Pessoa. Desde el título adviene la inte­rrogante si será otra forma de asumir los códigos poéti­cos, una rela­ción más sutil que ana­lice la finalidad del ejercicio, pero ya a poco andar nos encontra­mos a este lado del amor, al oeste del Paraíso, el amor –era que no– que se hace parte de la observa­ción, o mejor dicho, de la ilumina­ción; en palabras del poeta: “A lo lejos / un voceo nos despierta. / El sol de la mañana / tiñe las cortinas / cuando Noviembre / hace brumas / en el calenda­rio. // Para todos comienza lo mismo. // Para nosotros: / las paredes / las sábanas / no son las mismas de siempre. (Poema 102).

La cuarta y última parte “Cróni­cas de la aldea” de Alejandro del Valle se tiñe de la poética del “lar” que tanto ha seducido a nuestra escritura desde hace ya 50 años. Ahora bien, todo proceso tiene su evolución y sin duda el larismo no es ajeno, así lo constata este conjunto, que aunque situado en la provincia y su tiempo, no escatima su borde de ciudad –diga­mos que la biografía de Alejandro del Valle, nos dice que se ha desa­rrollado en Chillán– en cuya línea lo que sobrevive es el tono: “El asiento nº 13 / estaba ocupado. / No es tanta la mala fortuna / que me persigue. / De todos modos / esa tristeza / es lo único que he podido / conseguir.”

Como verán, tene­mos un material inmenso para cotejar, más allá de este acercamiento, simple­mente una introducción a la lectura, y no aún al problema, quizás ciertos versos no resueltos. Sobra por ejemplo la duda ini­cial ¿Por qué un autor que domina las formas literarias asume el ejercicio travestido de múltiples voces? La respuesta que atisbo es su título “Tornasol”, es decir cambio, reflejo, luego, leo en Hugo Quintana la constante de una tradición cambiante, que sigue en perpetuo movimiento, y que un autor de este siglo no puede –no debe– negar. Así, esta obra entra a nuestra literatura tanto por sus buenos textos, como por la lectura que hace –que nos hace– de la poesía nacional. Si a esto le agrega­mos la novedad, la ubica­ción del rango coral, esta­mos ante una auténtica obra abierta. Abrámonos entonces a estos cuatro caminos.


Fuente de info: http://www.santiagoinedito.cl/presentacion-de-tornasol