Tuesday, May 30, 2006

Ortiga ediciones, sale al mundo con Investigador Privado.



Edgar contra Edgar (a modo de prólogo)


Por cierto que encontrarse con un libro de cuentos es un evento muy significativo. La narrativa de extensión menor ha conseguido encantar, atraer a los lectores, y todavía más cuando saltan a la retina diversos títulos que se han consagrado en las últimas dos décadas (apróx.): “sobredosis”, “soy de la plaza Italia”, “mujer desnuda fumando en la ventana”, “ángeles negros”, “detectives salvajes”, etc., sólo por mencionar algunos; o si consideramos el éxito del concurso de microcuentos “Santiago en 100 palabras” desarrollado por la compañía “Metro”. Baste hacer una visita fugaz al sitio web “loscuentos.net” para dimensionar la gran cantidad de nuevos cultores que este sub-género hoy en día tiene.

Desde hace algún tiempo se percibe en el ambiente que algo nuevo se viene y que una generación potente y decidida comenzará a rodar sus primeras publicaciones en el escenario que se avecina. Por eso mismo es interesantísimo salir a la vorágine contemporánea con un libro de relato breve a seducir adeptos a diestra y siniestra, con el convencimiento de que el gesto de la inauguración de un nuevo sello editorial y de una colección, tendrá una aprobación instantánea entre quienes completan el circuito de las comunicaciones, es decir, para este caso particular: los lectores.

El presente libro que nos ocupa presentar es –en efecto- una colección de cuentos. De relatos breves en el sentido más clásico del término: bien definidos, con un desarrollo narrativo acabado, de buenos trazos, con perspectivas interesantes acerca de la realidad en estos inicios de siglo y de milenio. Las temáticas giran en torno al hombre inserto, arrojado a este mundo que se aparece como extraño, inabordable o inexplicable a ratos, donde los protagonistas deambulan a través de una soledad existencial muy penetrante, donde el absurdo pareciera constituirse en el gran nudo que aúna las diversas hebras que tejen el entramado del texto.

La influencia de Kafka es algo que el autor de estos relatos reconoce abiertamente, es más, casi prefiere mostrarse como un discípulo a la distancia, aunque esto es algo que también marca la producción narrativa chilena en los últimos treinta años. Diversos teóricos han confirmado la amplia huella del creador de “la metamorfosis” y de “el proceso”. Narradores como Pía Barros, Jaime Collyer, José Leandro Urbina, se adscriben de igual manera, a esta suerte de influjo kafkiano.

No obstante lo anterior, Brizuela es un firme tributario de Juan Emar, nuestro “kafka chileno” como dijera Pablo Neruda. De hecho, el propio autor señala: “con Emar descubrí (si es que uno puede decir que ha descubierto algo) la maravilla de lo desconocido, la paradoja de lo absurdo de aquello que es tan ilógico, que llega a tener lógica, de aquello irracional que descubre un sustrato de razón”.

En cuanto a estructura, los relatos no significan ningún radical cambio frente a lo que se ha venido practicando hasta ahora, cosa que puede refrendarse si consideramos aquella sorprendente tesis desarrollada por uno de los más acuciosos investigadores del cuento en Chile en los últimos 15 años, me refiero a Jorge Marcelo Vargas, que sostiene que el cuento no ha sufrido grandes transformaciones en términos de forma, desde la generación del 50 hasta acá. La pregunta que podría asaltarnos entonces, sería: “¿y cuál es en el fondo la novedad en materia de cuentos?”.

Suponemos que no es este el espacio más indicado para resolver esta incógnita debido, principalmente, a la especificidad de lo planteado, pero podríamos resaltar, por otro lado, la gran vocación de unicidad mostrada por esta forma literaria, en cuanto a su cuerpo, en cuanto a su práctica, o a la manera de funcionamiento que muestra para con los lectores, pues el procedimiento se aparece como muy sencillo y grandes maestros como Julio Cortázar u Horacio Quiroga, ya se han encargado de describir inigualablemente, su construcción, su génesis y el efecto que busca bajo los ojos de quien se aventure a desentrañarlo.

Es por eso que no podemos dejar fuera de este comentario al inaugurador de todo este gran juego, ya que Poe –descubierto y presentado como grande por Baudelaire en una notable traducción al francés- inmortaliza el relato breve, dándole las características que todos, inevitablemente, habríamos de seguir hacia adelante. Los otros grandes –Chéjov, Guy de Maupassant, el ya citado Kafka, Rulfo, Borges, etc., etc. (la lista de los notables es muy larga de registrar)- sólo les cabe alinearse a lo dictado por el visionario autor norteamericano que, paradójicamente en su época, fue admirado y reconocido más como el tremendo poeta que es, y no como el padre del cuento moderno.

Así las cosas, un Edgar se ha propuesto decididamente emular a otro Edgar, con las limitaciones que el formato ofrece, pero estableciendo las miles de aperturas necesarias que la circunstancia exige. No es fácil realizar un trabajo escritural interesante con semejante legado presionando consciente e inconscientemente sobre nosotros, y quizás sea ese el mayor mérito de Edgar Brizuela Zuleta, el de haber sabido salir airoso del enfrentamiento contra el peso de una brillante tradición, colgándose de aquello que otros instituyeron, imprimiéndoles a sus textos el fresco oxígeno de lo nuevo, de lo recién creado que decide salir de paseo a la convulsa floresta de los mensajes en el mundo actual.

Y no nos sorprenda que los gestos se sigan repitiendo, y que terminemos en resumen, observando en Brizuela, a uno más de aquel selecto grupo liderado entre otros por Manuel Rojas, Baldomero Lillo, Alfonso Alcalde, Juan Emar y otros notables de nuestra cuentística nacional.



Hugo Quintana.

Editor de Ortiga Ediciones.

Chillán – Chile.